El nacimiento de un niño es el inicio de una nueva etapa para toda la familia, pero también es una buena oportunidad para reconciliarnos con la vida y para resetearnos y volver a empezar.
La llegada de un nuevo miembro a la familia es sin duda un regalo, pero no uno de esos que se dan en los “Baby Showers” o en los cumpleaños, sino un tesoro de carne y hueso que nos permitirá sacar todo lo mejor que llevamos dentro como madres, padres, hermanos, tíos o abuelos.
El poder de transformación de un nacimiento
No todas las circunstancias que rodean el nacimiento de un niño son perfectas, incluso hay muchas más imperfectas de lo que desearíamos. Pero esa es precisamente la magia de cada nacimiento, que trae a un niño o a una niña dispuesto a alumbrar con su resplandor lo que pueda, transformando todo a su paso con su sonrisa, su mirada y su inocencia infinita. Si te dejas absorber por la presencia de un recién nacido, dejarás fluir en tu vida la energía del bien, del amor y de la bondad; algo que, aunque suene un poco cursi, es del todo cierto. Por eso cada persona tiene con la llegada de un bebé el poder para transformar en algo positivo aquellas cosas negativas de la vida, y transmitir después esa felicidad y ese agradecimiento al niño cada día, para que pueda convertirlo en amor.
Existen, incluso, personas que no son familiares directos de un recién nacido, y que aun así se dejan absorber por ese amor profundo que emiten los bebés y los niños pequeños, convirtiéndose en piezas fundamentales de sus vidas para siempre, como ocurre con muchos padrinos. Aunque otras personas les llaman ángeles, porque realmente parecen caer del cielo para estar allí protegiendo al niño en cada paso que dé en la vida, como ocurre con muchos abuelos.
Tenemos mucho que aprender de los niños
Todo el que tiene la oportunidad de ver crecer a un niño es testigo del asombro y la alegría que este vive en cada nueva meta alcanzada. La primera vez que se sienta, que camina, que pronuncia su primera palabra, que pide ir al baño, que corre…, todos quieren estar allí para decir “estuve presente” en ese momento tan crucial de tu vida. Porque el que está presente tiene la oportunidad de alegrarse con las pequeñas cosas de la vida, y esas pequeñas cosas son los verdaderos regalos que podemos recibir, las que realmente importan y tienen valor.
Y ese poder de recordatorio solo lo tenemos cuando el niño está inmerso en su nueva hazaña, descubriendo su mundo, concentrado en descubrir todas esas cosas de la vida. No importa si alguien lo presencia, si fracasa…un bebé siempre se levanta y lo vuelve a intentar, y es un mensaje que esos pequeños tesoros de “carne y hueso” nos envían continuamente y que no deberíamos olvidar. Un bebé tiene el coraje de alcanzar sus metas y la nobleza de ser feliz cuando las ha alcanzado, cueste lo que cueste, y lamentablemente eso es algo que se va perdiendo con el paso del tiempo. Por eso los bebés traen esa luz al mundo, porque son un “vehículo” hacia nuestro propio recuerdo, permitiéndonos ver las cosas de una forma mucho más positiva y próspera de nuevo.
Los verdaderos tesoros no son de oro
No hay ningún manual que diga exactamente cómo criar a los niños, así que tendrás que aprender a ser madre o padre solo con la práctica, si alguna vez deseas tenerlos. Pero es precisamente el hecho de aceptar criar lo que te permitirá aprender nuevas habilidades para la vida. Habilidades que no aprenderás ni en la universidad, ni en ningún curso al que te apuntes, eso desde luego.En ese viaje extraordinario, aprenderás (o retomarás) hábitos y valores tan importantes como la paciencia, así como a vivir en el presente sin dar tantas vueltas al pasado y al futuro. Por si fuera poco, descubrirás tu coraje, porque sacarás fuerzas de cualquier lugar para ayudarles, y conocerás el amor infinito, que es el que se siente cuando la atención ya no está puesta solo sobre nosotros.
Alegrarse por la llegada de un nuevo bebé es, en definitiva, aceptar por siempre y para siempre una fuente inagotable de aprendizaje…un tesoro de carne y hueso que, sin duda, vale mucho más que el oro.