Para muchos padres y madres criar hijos felices es el santo grial del éxito parental. Pero con demasiada frecuencia pensamos que la felicidad se trata de momentos concretos y difíciles de conseguir o de cosas simplemente materiales. Sin embargo, la felicidad duradera es en realidad algo mucho más complicado pero infinitamente más gratificante.
De todo esto saben mucho los niños, que se desarrollan durante su infancia sin complejos, con ganas de moverse de un lado a otro, de descubrir cosas, de conocer gente, de saltar, de reír y de hacer mucho ruido y revolver. Esto quiere decir que si los adultos nos cegamos con la idea de la felicidad y de que es complicado alcanzarla, terminaremos transmitiendo a los niños el mensaje de que no son felices, cuando en realidad lo son.
Lo cierto es que en cuanto a la felicidad se refiere, no existe ningún “santo grial” ni ninguna clave concreta, pues son nuestros propios hábitos mentales, emocionales y físicos, los que crean la química corporal y ese ambiente propicio para que se genere un determinado nivel de felicidad en nuestra mente.
El verdadero secreto de la felicidad está en los niños
Los niños pequeños nos enseñan cada día que ser felices es muy sencillo. Ellos son felices saltando y correteando de un lado a otro, compartiendo tiempo y juegos con los demás…Ellos tienen la capacidad de saludar a los mayores con una sonrisa en la cara, independientemente de las circunstancias que les rodeen. Muchas veces son conscientes de que no conseguirán todo aquello que deseen a lo largo del día, pero eso no les impide buscar otras alternativas de entretenimiento o de disfrute, no les impide ver el transcurso del día con la mejor de las actitudes posibles
El don que los niños tienen para hacer todo eso debería ser una pista de cómo debemos abordar nuestro día como adultos y padres. Es cierto que los niños tienen la habilidad de llevarnos a situaciones a veces con las que nunca pensamos que tendríamos que lidiar, pero también son capaces de no ahondar en lo malo, de pasar página a la velocidad de la luz, y de que las cosas que nos hacen felices dependan de nosotros mismos y de una buena actitud y predisposición ante la vida.
El viejo dicho de que la risa es la mejor medicina resulta ser cierto. Cuanto más nos reímos más felices somos, pues realmente cambia la química de nuestro cuerpo. Esto quiere decir que el secreto de la verdadera felicidad no hay que buscarlo, pues ya existe, y es el paso del tiempo el que nos hace olvidarnos de ello. En nuestras manos tenemos una herramienta maravillosa para acercarnos a esa felicidad y para hacer que los niños no la vayan perdiendo y no es otra que sonreír. Sonreír nos hace más felices, nuestros músculos faciales nos informan de que estamos contentos y mejoran de inmediato nuestro estado de ánimo, sin mencionar la felicidad que nos aporta el estado de ánimo de aquellos que nos rodean.
La vida nos demuestra continuamente que las personas que notan los pequeños milagros de la vida cotidiana y se dejan tocar por ellos, son más felices, casi como niños. Y de los adultos depende la forma en que los niños vayan viendo y manejando su mundo. Ayudar a los hijos a encontrar la alegría en las cosas cotidianas y a no perder las ganas de correr, de emocionarse, de hacer ruido o de saltar…es la clave para la alegría plena.