Cuando nos hacemos mayores y, sobre todo, cuando nos convertimos en padres, tendemos a olvidar qué sentíamos cuando éramos niños. Esto nos conduce a dirigirnos a los más pequeños siempre desde nuestra perspectiva adulta y lógica, lo que desde luego carece de sentido si las personas con las que tratamos aún no saben hablar y/o escribir.
Por eso es muy importante que, cuando tratemos con niños pequeños, cultivemos y trabajemos la empatía lo máximo posible con el fin de ponernos en el lugar de los niños, procurando recordar también cómo nos sentíamos nosotros cuando también lo fuimos.
Crecer nos suele llevar a perder el sentido de muchas cosas, a pesar de que tengamos la sensación de que somos mucho más listos y de que ya estamos de vuelta de todo. Al hacernos mayores nos podemos volver más duros, más fríos…, con un sentido de la vida mucho más práctico y menos libre y sentimental. Es lógico, por otra parte, puesto que al crecer vamos adquiriendo cada vez más obligaciones y responsabilidades que nos van alejando de sueños e ilusiones. Sin embargo, sería bueno que esa dinámica de trabajo y realidad no empañara el verdadero sentido de la infancia; ese que te hace ser feliz de cualquier forma, así como natural, sencillo y soñador.
El establecimiento de los límites en la infancia
Sabemos que los padres son los responsables primeros de la educación de los hijos, pero esto a veces nos lleva, como adultos, a constreñir y a mantener a los niños en unos límites en ocasiones autoritarios, que impiden el desarrollo de la infancia en su estado natural.
¿Qué quiere decir esto? Pues está referido a la frecuencia con la que los padres, en su conciencia plena del bien y del mal y de lo correcto y lo incorrecto, limitan la espontaneidad de los más pequeños.
Evidentemente los padres están para guiar el camino y para hacer entender a los niños que no todo es posible o que no todo está bien. Pero es muy importante que a la hora de hacerlo, piensen si la indicación está debidamente justificada. Por ejemplo, no es lo mismo decirle a un niño que no se puede cruzar la calle con el semáforo en rojo, que decirle que no se ensucie la ropa en el parque. Digamos que la primera está totalmente justificada y que la segunda responde más a nuestras convicciones, reglas y manías de adultos.
Por eso, y con el fin de que este tema se entienda mejor, hemos creado unas fichas educativas compuestas por contradicciones y regañinas injustificadas muy frecuentes por parte de los mayores, con las cuales deberíamos recordar que a la hora de regañar hay que saber muy bien cuál es el mensaje que queremos enviar. Es importante darse cuenta de que no es lo mismo regañar cuando se corre algún peligro, que por el simple hecho de que un niño aún no entienda de etiquetas y protocolos sociales, como el hecho de olvidarse de saludar a la gente o de hablar muy alto en un sitio que requiera silencio.
Hacerles comprender este tipo de reglas sociales de forma pausada y tranquila, y dando siempre el ejemplo necesario, será suficiente para que, con el tiempo, entiendan que no tiene sentido ponerse a corretear en un centro de salud o en un supermercado.
Los niños pequeños son felices cuando van de paseo o a visitar tiendas en familia y es esa felicidad y el nerviosismo que acarrea, la que les conduce a ponerse a corretear, brincar o chillar. Por eso es muy importante como adultos analizar el contexto, ya que coartar su felicidad o su incapacidad de controlar las emociones con un grito, y máxime en público, no conducirá a nada bueno, sino tan solo a una sensación de tristeza, ridículo e incomprensión por parte del pequeño/a.
Por Almudena Orellana
30 agosto, 2020
Tengo un gran problema con mi hijo de 9 añitos ..no se como controlar sus emociones..cuando se enoja cuando pelea mucho..necesito ayuda