Si hiciesen una encuesta preguntándonos a los adultos qué momento recordamos como el más feliz de la infancia, seguro que el gran ganador sería el de la llegada de los Reyes Magos o la visita de Papá Noel… o quizá la generosidad del Ratoncito Pérez, pues todos estos son recuerdos que casi todos atesoramos como algo absolutamente bello y mágico en nuestro interior. Pero, ¿por qué? ¿Qué es lo que sucede en la infancia para que dichos momentos se graben para siempre?
La infancia y el pensamiento mágico que nos ayuda a crecer
Los niños viven una fase de pensamiento mágico hasta aproximadamente los diez años. Esta fase no solo es tremendamente bonita por la candidez e inocencia que supone, sino también porque es muy beneficiosa para los pequeños, cuya mente no está (ni debe estar) preparada para la cruda realidad de las cosas cotidianas. Los niños necesitan creer en un mundo bueno y amable donde su tranquilidad esté asegurada, y qué mejor que Papá Noel o los Reyes Magos, seres amables y bondadosos, para recordárnoslo.
O el Ratoncito Pérez, que es para los más pequeños la reencarnación más absoluta de la justicia, pues perder un diente no es un asunto baladí, y él está pendiente de cuándo ocurre para recompensarnos con creces por la pérdida y el sufrimiento que supone. Del mismo modo, el Ratoncito Pérez sabe mejor que nadie lo realmente importante que es el hecho del presente, pues la magia y la ilusión no entienden de retrasos y un disgusto es un disgusto.
Todos los niños necesitan hechos que embellezcan la realidad, por el sencillo hecho de que su mente no concibe otra cosa hasta que la vida o las personas les enseñan que desgraciadamente no siempre es todo tan bonito en la vida, como bien sabemos los adultos. Por eso momentos como la Navidad son pura magia, ocasiones en las que el disfrute debe ser máximo, así como el tiempo que disfrutemos en compañía de aquellos a los que más queremos. La Navidad es, probablemente, el paradigma máximo de la ilusión y la magia, pues todos queremos olvidar lo malo y pensar durante unos días solo en lo bueno.
Afortunadamente, Papá Noel y los Reyes Magos lo ponen muy fácil, pues todos nos morimos de ilusión con su llegada, pero también ayudan las luces, los adornos, los colores, los dulces, las canciones…pues todo ello hace que las personas, especialmente los niños, se sientan bien. Por eso es tan importante que los adultos recuperen a su niño interior en estas ocasiones, pues de ello dependerá también que el recuerdo permanezca en sus hijos pase el tiempo que pase.
Otros momentos imborrables para afrontar la vida
Pero no solo de la Navidad vive el niño (y el hombre), pues afortunadamente, a lo largo del año, existen otras fechas ideales para recuperar o no perder la ilusión por las cosas que de verdad merecen la pena, como es la del cumpleaños. Celebrar el cumpleaños de un niño es otro momento mágico muy importante para su desarrollo y no solo por los regalos, por supuesto, sino porque para sus pequeñas cabecitas, el hecho de que su familia celebre su “cumple”, es la prueba máxima de que todo va bien y de que están contentos de su existencia. Además, la celebración y la alegría familiar demuestran que ocupamos un lugar importante en el mundo, por lo que no se tratará tanto de hacer una gran fiesta de cumpleaños como de estar presentes.
Los detalles son importantes, y de eso sabe mucho la magia, que hace lo posible para que la vida sea más sencilla, más amable, al igual que millones y millones de papás. Los niños tendrán tiempo de descubrir que no todo es fácil siempre, por eso lo importante es que en la infancia se pueda forjar esa enseñanza de no perder la ilusión jamás, aunque vayan pasando los años, pues otros vendrán detrás.