Es difícil encontrar a una persona que adopte una actitud de indiferencia ante la proximidad de la Navidad. Lo más habitual es que se despierten sentimientos ligados a la atracción, o ligados al rechazo… o quizá de ambos en función del momento, pero no de apatía e indiferencia.
Esta cascada de sentimientos y de tendencias psicológicas se pueden observar simultáneamente en el reducido entorno de la familia. Para los niños, en general, la Navidad equivale a vacaciones, a fiesta, a luces de colores en las calles, al Belén, a los Reyes Magos, a estar con los mayores hasta muy entrada la noche, a comidas ricas… y a regalos y juguetes, cada vez más numerosos, más caros y mucho menos valorados que antaño. Y especialmente en este sentido, sería conveniente hacer una reflexión personal sobre lo que realmente queremos conseguir con esos regalos y lo que ciertamente obtenemos de los niños.
No es infrecuente ver a familias que, por eso de que la Nochebuena se pasa en casa de unos padres y la Nochevieja en casa de otros, los niños terminan recibiendo regalos de distintas partes y en cantidades casi astronómicas. Eso sí, los niños están encantados, y lo cierto es que en parte los padres también, pero de verles las caras de felicidad y cómo nerviosamente rasgan papeles de envolver de todos los colores y abren cajas de todos los tamaños y formas. Pero, una vez abiertos y pasada la emoción inicial… ¿realmente aprecian después todos esos regalos?
Tal vez sería bueno que los niños pudieran comprender que los regalos son fruto de un merecimiento, de un comportamiento positivo que debería mantenerse constante todo el año, especialmente con respecto a las personas que les rodean, y que, en consecuencia, sepan apreciar cuanto reciban en sus manos los días de Navidad.
Sentimientos agridulces en Navidad, cómo atajarlos
Los sentimientos están más a flor de piel que nunca a veces en estas fechas, y recordar y echar de menos a los que ya no están es un sentimiento constante en Navidad, y eso es muy duro. Recordar aquellas nochebuenas con el abuelo sentado frente a la chimenea y contando sus historias de joven, o recordar el olor de la lumbre o el sabor de los turrones de antes…o, lo que es lo mismo, aquellas navidades que ya no volverán, es algo que le sucede a muchas personas, sobre todo adultas, y puede hacer que las ganas de celebrar desaparezcan por completo.
Sin embargo, es importante reflexionar y aceptar el curso de la vida tal cual es, y dedicar la Navidad (para todos aquellos que la celebren) a reforzar esos lazos familiares positivos y de unidad, que no tienen que cerrarse con la ausencia y la pérdida, sino al revés.
Los niños no se verán influidos por el desasosiego y la inquietud que esas situaciones pueden suponer para una persona, y recibirán el mensaje de que unidos todo se vive y se pasa mejor. Y ese, sin duda, es uno de los mejores valores que se pueden inculcar con motivo de las ya próximas fiestas navideñas.
¿No os parece?