La capacidad de sentir miedo es algo inherente al ser humano y, por lo general, la mayoría de miedos que sentimos se han forjado en los primeros años de infancia, aunque ya no consigamos recordar cuál fue el momento y por qué.
Aunque necesariamente no todas las personas tienen que sufrirlos, el hecho de hacerlo no implica que tengan que ser miedos racionales. Podemos llegar a sentir miedo por un supuesto monstruo en el armario cuando no existe realmente ninguna certeza que pueda dar alas a este tipo de miedo y no sentirlo cuando nos bañamos en la playa, cuando este tipo de actividad sí que puede entrañar una serie de riesgos reales y racionales.
La sensibilidad es determinante a la hora de adquirir y desarrollar los miedos, puesto que los niños sensibles serán más vulnerables y, por tanto, más propensos a padecerlos y a no saber cómo combatirlos. La actitud de los padres será fundamental también a la hora de desarrollar miedos, lo que quiere decir que si nos mostramos miedosos ante las arañas o a la hora de meternos en el agua, los niños recibirán el mensaje de que es normal tener miedo de dichas cosas, desarrollándolo también con casi toda probabilidad. Pero lo cierto es que existen determinados miedos ante los que no tenemos ninguna responsabilidad puesto que son miedos evolutivos, y forman parte del desarrollo normal de la infancia.
Miedos más comunes en los primeros años de infancia
- Primeros seis meses: destellos, ruidos más o menos intensos, estímulos táctiles, estímulos repentinos…
- De seis meses a un año: personas desconocidas y extrañas, miedo a perder el amor de mamá y papá, a la separación física y emocional…
- En torno al año: separación de los padres, personas extrañas, a ir al médico, a los pinchazos…
- En torno a los dos años: miedo a la separación de los padres, que puede mantenerse aún en esta etapa, desconsuelo al quedarse solo en la guardería, miedo a los ruidos fuertes como el de los taladros, las aspiradoras o los camiones, o la oscuridad.
- En torno a los tres o cuatro años: miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a los animales…
Estos miedos son algo normal y ya Darwin habló, en su momento, sobre la disposición (como parte del desarrollo evolutivo) a determinados tipos de miedo. Lo importante es que esos miedos no se conviertan en “huéspedes” de nuestros hijos, manteniéndose cada vez más arraigados y más estables en sus mentes convirtiéndose en trastornos de pánico o fobias.
La observación y la aplicación de determinados parámetros de tranquilidad y de comprensión por parte de los padres, permitirá que los niños puedan ir deshaciéndose de ellos con normalidad. Los miedos cambian, desaparecen y vuelven a aparecer…Manteniendo la normalidad, estos miedos evolutivos desaparecerán de manera natural.