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Cómo aprender a no gritar a un niño

A menudo los padres se preguntan el por qué es tan fácil perder los nervios y la paciencia en casa con los peques y saben que no están haciendo bien con dicho comportamiento, pero… ¿cómo cambiarlo si el niño se ha portado mal o no reacciona a las cosas que se le dicen en casa?

Es fácil dar recomendaciones como “no debes gritar a tu hijo”, o “debes respetar a tus hijos en todo momento y circunstancia”, pero lo cierto es que muchas veces esto se vuelve muy complicado y son necesarias determinadas guías para reconducir el camino y poder rectificar.

 

¿Se puede salir de esta situación? 

La respuesta es sí, y el camino comienza por armarse de paciencia y abandonar los gritos, ya sea en casa o fuera del hogar, ya que nunca conducen a nada positivo.  Comienza a aprender a no gritar a tu hijo o hija, y si en alguna ocasión se te vuelve imposible el hacerlo, procura al menos iniciar ese camino del cambio.

Pero para comprender mejor este problema y llegar a su solución, debemos hablar sobre las tres formas de reflexión que se pueden dar: situacional, retrospectiva y perspectiva.

 

Pasos a seguir para no gritar a un niño

La reflexión de los padres

En la actualidad muchos padres usan, principalmente, la reflexión retrospectiva. Es decir, después de gritar a un niño piensan en las consecuencias de sus acciones y terminan reprochándose el uno al otro, en el seno de la pareja, su forma de actuar. Reflexionando sobre el problema, sacan conclusiones de que no vale la pena hacerlo pero, desafortunadamente, siempre suele producirse una y otra vez el mismo escenario.

El problema está claro, los padres no tienen suficiente reflexión situacional, y les invade el nerviosismo y la situación del momento de tal forma, que son incapaces de reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones.

¿Es posible aprender a reflexionar? 

La respuesta es sí, pero según la forma de ser esto puede que sea un proceso más o menos rápido.

Para aprender a reflexionar situacionalmente se pueden seguir las siguientes reglas hechas para aplicar en momentos difíciles, cuando el grito está ya muy cerca. Si se da una situación de este tipo en casa, y en seguida piensas en aplicar medidas represivas hacia el niño (castigo, limitación o simplemente cualquier comentario indebido), hazte tres sencillas preguntas:

  1. ¿Qué estoy haciendo?
  2. ¿Para qué? ¿Qué es lo que quiero como resultado de mis acciones?
  3. ¿Cuáles serán los resultados?

Con unos ejemplos concretos puede entenderse todo esto mucho mejor:

Ahora piensa: “¿qué hice y qué quería?” Yo quería silencio, pero hice aún más ruido rompiendo el juguete y haciendo llorar a mi hijo. Simplemente podía haber dicho que jugara con más cuidado y sin tanto ruido. ¿Qué es lo que quiero? Quería castigar a mi hijo por desobediencia, pero al final estoy avergonzado de mi acto y mi hijo está triste porque solo quería jugar”.

 

Probablemente hay muchos ejemplos de este tipo que se nos podrían ocurrir, de tan cotidianos que resultan, de manera que pensemos en ellos y analicemos lo que de verdad logramos cuando gritamos a un niño: cuál es el propósito y lo que queremos lograr con nuestras acciones. Y es que reflexionar nos hace pensar con verdadero raciocinio y con mucha más mesura, algo que nos puede resultar muy útil a la hora de educar sabiamente a los más pequeños de la casa.